Ya queda poco…

Ya queda poco. Cada vez que pensamos en ello se nos acelera el pulso. Ya se han inscrito al congreso de octubre casi doscientas personas. Más aún: en el acto de clausura del congreso llenaremos un salón de 1.800 plazas, para expresar, junto a muchas otras personas, la confianza y la esperanza en que, pese a todo, la memoria del Concilio logrará infundirse.

En el congreso se han inscrito teólogas de países muy lejanos, incluso del Hemisferio Sur, donde los recursos económicos no favorecen que laicas y religiosas, comprometidas en la vida de la iglesia, se permitan “lujos”.

 

Sin embargo, celebrar, desde las mujeres, la apertura de un Concilio que, por primera vez en la historia, aunque sea tímidamente, se ha manfiestado sensible a una humanidad constituida también por nosotras no es, desde luego, ningún lujo.

 

En estos años, diferentes colegas, profesoras en las facultades de Teología, me han dicho, repetidamente, que seguían al CTI “desde lejos”, porque temían que una participación directa provocara reacciones desagradables por parte de obispos, párrocos y teólogos. Otras, por motivos muy diversos, han mirado con sospecha una “asociación de género”. Es evidente que la vitalidad de la participación de las mujeres en la enseñanza de la teología y en la investigación teológica no se mide con el termómetro de la inscripción a ninguna asociación. En lo que nos concierne, sin embargo, y nunca dejaremos de recordarlo, el CTI ha llegado a ser lo que es gracias a nuestro esfuerzo, ciertamente, pero también gracias al acompañamiento cordial y solidario por parte de obispos, párrocos y teólogos, además de tantas/os otras/os que, de los modos más diversos, están interesadas/os en apoyar la visibilidad institucional, que no de poder, de las teólogas en la iglesia y en la sociedad civil. El hecho de que esta News Letter llegue ya a 800 personas inscritas es elocuente por sí mismo.

 

En un momento duro para nuestra iglesia, la demanda de autenticidad y de libertad de la teología, en relación con dinámicas de poder que no se diferencian en nada de esas otras del peor de los mundos posibles, es fuerte. Quienes, de entre nosotras, han tenido la suerte de visitar la espléndida exposición Lux in arcana que, desde hace meses, atrae a visitantes de numerosos países a los Museos Capitolinos de Roma, saben muy bien que, dentro de unos siglos, el Archivo Secreto Vaticano podrá exponer testimonios originales de los tristes acontecimientos actuales, como piedras angulares de un poder que, aunque se niega a reconocer que su legitimación deriva de los acontecimientos humanos, a veces comparte con ellos intrigas y fechorías. Pensar que una iglesia dirigida por mujeres sería diferente, como lo sería la política o el deporte, es falso y simplista, como lo sería pensar que el evangelista Marcos proponga, como alternativa a la traición de los discípulos, a la comunidad testimonial de las discípulas. Con la buena fe de quienes se dejan engañar por el cinismo de quienes aseguran que “el poder desgasta solo a quien no lo tiene”, me siento en condiciones de afirmar que cualquier forma de poder lleva en sí la polilla de la corrupción, tanto si lo ejerce un  soberano o una soberana.

 

La decisión de reflexionar sobre los últimos cincuenta años de historia de la iglesia y del mundo, o sea, de los primeros cincuenta años desde la apertura del Vaticano II, eligiendo como enfoque la historia de las mujeres, es, con todo, una elección que cualifica metodológicamente la reflexión, porque la entrada de las mujeres, como protagonistas, en la vida de las iglesias, al igual que en la vida de la sociedad civil, es un signo claro de la gran transformación que, en los dos últimos siglos, construye un futuro de novedad.

 

Esto es lo que intentaremos hacer en el congreso, atreviéndonos a creer que nuestra iglesia también necesita nuestra voz para encontrar, de nuevo, las razones de la propia esperanza.

Arrivederci (a) Roma!

 

 

                                                                                             Marinella Perroni

Presidenta de la CTI